4 de Mayo, 2020

Un Desafío Virtual

Patricio Torres Kameid

Patricio Torres Kameid

Docente del programa Lenguaje y Comunicación de la sede Viña del Mar de Duoc UC

6 minutos de lectura

La coyuntura del coronavirus y las medidas de mitigación que a nivel nacional se tomaron para enfrentarlo, generó la suspensión de actividades académicas presenciales en las instituciones de educación superior del país. El viejo dicho de “más vale prevenir que curar” caló hondo en las conciencias de las máximas autoridades políticas y educacionales, comenzando allí una nueva innovación masiva aparejada a la realidad sanitaria actual, y al enorme compromiso social y humano que establecieron desde un principio las universidades e institutos de educación superior con el propósito claro de no desamparar a sus estudiantes, manteniendo sus procesos de enseñanza y aprendizaje mediante el uso de sistemas informáticos de teleconferencias.

Se requiere regularidad en las clases virtuales, poder de convencimiento y fe si se desea que sea un verdadero aporte real en la enseñanza superior, puesto que muchas veces reciben resistencias obvias de docentes y estudiantes a quienes, inicialmente, les complica asumir una nueva metodología que conlleva una serie de instancias tecnológicas y computaciones que se resuelven sobre la base de la confianza y el trabajo colaborativo de ambas instancias. Por ello, se comprende que en asignaturas eminentemente prácticas y talleres disciplinares las clases virtuales no resulten ser la solución y se requiera de todas formas cumplir con las actividades presenciales requeridas.

Sin embargo, a mi modo de ver, esta experiencia de aprendizaje asume su mayor desafío en las diferencias generacionales que presentan tanto los docentes como los estudiantes, complicando su despliegue y muchas veces su efectividad en iniciativas transformacionales, transferenciales y evaluativas. De hecho, las dudas sobre la efectividad de los métodos empleados, los logros de aprendizaje de los estudiantes y la consolidación de los modelos educativos emergen desde la incredulidad y las ganas de no someterse a una innovación educativa.

Ante esto, surge una oportunidad de mejora continua de nivelación de conductas de entrada de los estudiantes producto de la inclusión social y gracias al uso de recursos virtuales, cuando estos se acompañan de elementos didácticos y de adecuaciones necesarias en los procesos evaluativos, los que, a su vez, potencian la obtención de los logros de aprendizaje requeridos por los estudiantes permitiéndoles que puedan aprobar sus asignaturas y proseguir su formación profesional y su itinerario académico.

Tenemos un enorme desafío histórico en nuestras manos y es definir desde esta crisis las oportunidades de mejora básicas, no solo con la intención de aprobar un semestre, sino que también de incorporar a los procesos educativos de la enseñanza superior las clases virtuales como instancia integradora, que exige responsabilidades mutuas, propone la complementariedad necesaria a los procesos presenciales, elimina dificultades geográficas en que los desplazamientos y el transporte provocan instancias de estrés y pérdidas de tiempo.

Toda innovación nace inicialmente en la innegable resistencia de los intervinientes, aunque si se avanza con decisión institucional y esto se refleja en los aprendizajes de los estudiantes, su implementación pasa de ser una medida tomada en base a las circunstancias del caso a una determinación exigible y sustentable. No se puede en un par de meses de clases virtuales llegar a grandes conclusiones, pero resulta ser un hecho de la causa que facilita la mantención de la continuidad exigible en un semestre académico que enfrenta una realidad bastante distorsionada y que se restablece con las herramientas que tenemos a nuestra disposición.

En mi caso, desarrollo clases virtuales durante los últimos años, nunca tan marcadamente como este semestre. Dictando clases para el Programa de Lenguaje y Comunicación de la sede Viña del Mar en el sistema blackboard collaborate, me siento con la sensación de estar muy presente en una sala virtual de clases, con la marcada participación de los estudiantes y enfrentándome al desafío de potenciar aún más mis prácticas docentes con el propósito de entusiasmar a la audiencia mediante nuevas didácticas y metodologías activas.

Sí, tal como leyó recién, entusiasmando a mis interlocutores, desafiando las apatías, activando sus conocimientos previos, presentándoles temáticas provocadoras, facilitándoles sus procesos creativos, potenciando en ellos sus intervenciones mediante el uso del audio (micrófono), la escritura (chat), su voluntad (sondeos) y la manifestación de sus estados anímicos (mi estado) para así saber rápidamente si comprenden lo que les manifiesto o si los puedo ayudar con el fin de evitar que queden con dudas, consultas y/o comentarios. Es cierto que esta interactiva participación no reemplaza el contacto presencial con los estudiantes en la sala de clases, pero por lo pronto permite generar una retroalimentación apropiada y así poder mantener la efectividad de la comunicación en este proceso educativo.

La constante disyuntiva personal que se me plantea en este aspecto es cuestionarme el nivel de participación de los estudiantes en mis clases virtuales y si los prefiero en una sala de clases desmotivados, inquietos, pasivos, sin interés o en clases virtuales pidiendo la palabra para opinar, interactuando mediante el chat e incluso asumiendo el rol de moderadores y presentar sus trabajos… La duda me persigue y creo que lo hará por un largo tiempo…

En este contexto, planteo que la mayor exigencia debemos asumirla los docentes porque de nosotros depende si proponemos un contexto cercano a lo que viven nuestros estudiantes y así poder compartirles los contenidos de las asignaturas, darle sentido práctico a las competencias y habilidades que desarrollamos en ellos, demostrar eficiencia y claridad en las evaluaciones, construir un ambiente grato de clases (sobre todo si son virtuales) orientarlos como nunca antes sobre los nuevos requerimientos y otros aspectos que es parte de nuestra cotidiana labor.

Si no existe un compromiso real en el sistema virtual que se establece, si se critican a priori todas las instancias de capacitación que se entregan, si se cumple por cumplir y nada más, las dificultades que se registran podrán llegar a ser insostenibles. No obstante, las razones antes expuestas son la base que permite declarar que las clases virtuales son una gran oportunidad de innovación educativa inmersa en los métodos constructivistas que se incorporan hace ya varios años en los modelos educativos de las instituciones de educación superior.

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