Más allá de la preocupación por lo sanitario y el estimar cuándo concluirá esta pandemia COVID-19, también es objeto de enorme ocupación intelectual el poder estimar cómo será el mundo postpandémico. Las dos son preguntas de la máxima relevancia y anheladas por todas sus respuestas correctas. Respecto a la primera, si observamos durabilidades de las pandemias históricas, estas al menos duran entre 2 y 5 años, para luego detener su ataque a la especie humana y lograr convivir con nosotros. Con COVID-19 sería razonable pensar que, a pesar de los vertiginosos avances científicos (aspecto que alcanza gran diferencia con pandemias anteriores), aún nos queda un lapso para la “convivencia” más amable con el virus.
Pero sin duda la respuesta a la segunda pregunta está en construcción. Es que todavía estamos inmersos en una situación excepcional defendiéndonos como podemos del ataque viral; pero intuimos que al interior de esta circunstancia histórica, se está modelando un cambio que no solo es tecnológico, sino mucho más profundo, que se relaciona con la forma como hemos vivido hasta el presente. Desde el nacimiento y hasta la muerte de las personas, todo está en discusión y debate, todo aparentemente en una nueva construcción.
Para instituciones como la nuestra, este cambio en ciernes no solo interesa por sus transformaciones tecnológicas, sino también y con más observación pausada, por las nuevas ofertas culturales que están emergiendo. Es la antropología cristiana, como la de otras religiones monoteístas, las que están siendo zarandeadas por el desapego a estas que muestra un creciente número de personas. Por mencionar solo dos ejemplos: Se discute sobre cuál es el instante en que comienza la vida y respecto a de quién es el autorizado a decidir cuándo termina la vida natural. Por supuesto que para instituciones como la nuestra, ambas respuestas están claras y nítidas; sin embargo, educamos a cohortes de estudiantes que pueden discrepar o no participar de las respuestas que da nuestra institución. Pese a esto los acogemos y les ofrecemos nuestras respuestas, sin el ánimo de obligarlos a creernos, pero con el legítimo deseo institucional de transmitir nuestras convicciones, como presentaciones razonables de lo que muchos pensamos es la Verdad más querida, y que deseamos compartirla con otros y otras.
También está en el debate lo que ocurre con las personas desde que nacen y hasta que mueren. En ese trayecto de años, las personas toman muchísimas decisiones en concordancia con el modo cultural vigente que les toca vivir. Entre esas múltiples decisiones están el cómo educarse y qué pretenden aprender para que fruto de ese saber, la sociedad disponga y entregue una renta para retribuir el aporte individual que cada uno de nosotros realiza a esta. Y en este último punto, las instituciones de educación de todos los niveles y los Gobiernos proporcionan ofertas y propuestas de cómo encaminarse para insertarse y tener éxito en la vida temporal.
El gran problema presente para construir hoy una oferta educativa es la enorme incertidumbre que están creando los denominados cambios disruptivos. En el pasado, la primera Revolución Industrial, entre múltiples efectos, provocó el traslado masivo de las familias de los campos a la ciudad y que se terminaran numerosas ofertas laborales artesanales. Hubo desconcierto, temor, presión por aprender nuevas tareas, adquirir nuevas competencias; pero ese cambio no fue drástico, necesitó años para instalarse y, por tanto, la sociedad pudo acomodarse y formarse para ese cambio.
La situación actual es radicalmente distinta. En pocos años las personas pueden quedar analfabetas, como si nada de lo que hubieras aprendido en el pasado tuviera importancia para la nueva realidad emergente. De esta situación surge entonces la enorme presión hoy para las instituciones de educación: El de actualizarse a una velocidad inusitada para poder formar a sus estudiantes con las necesarias herramientas que necesitarán en el futuro para insertarse con éxito en la sociedad y sus respectivos espacios laborales. Esta cuestión es central y de decisiones rápidas, porque ya no tenemos los años de transición que tuvieron las instituciones educativas durante la primera Revolución Industrial para reeducar a sus estudiantes.
Son perfectamente compatibles una educación para la permanencia, indispensable de acuerdo con nuestra misión, con sus respuestas para el saber de dónde venimos, el sentido profundo de la existencia y el hacia dónde vamos, con una formación que nos proporcione las competencias para un mundo en que las tecnologías son centrales, que debemos conocerlas ampliamente y saber usarlas para mejorar el bienestar humano, en ese lapso que va desde su nacimiento y hasta su muerte natural. Lo esencial es asumir esta realidad y en esto está hoy trabajando Duoc UC, preparándose para el presente y coherente con el futuro qué está emergiendo.
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