Durante siglos los seres humanos nos educamos en un formato presencial y jamás se imaginó que esta pudiera desarrollarse de otra manera. La educación comenzó en el hogar, espacio vigente hasta hoy, y luego se agregaron espacios públicos para aprender, hasta que llegó a institucionalizarse en escuelas, colegios, liceos, institutos y universidades. Todas estas instituciones operaron sometidas a una modalidad presencial y no pudo ser de otra manera, se carecía de los avances tecnológicos que crearan nuevas y originales posibilidades.
Al surgir la escritura y siglos más tarde la invención de la imprenta, estas hicieron posible el surgimiento de la educación por correspondencia. Paulatinamente y con los avances democratizadores en todo Occidente se avanzó a tener el deseo y la necesidad urgente de que la población humana fuera formalmente educada. Proceso que para materializarse demoró siglos en pasar de educar solo élites a educar porcentajes más amplios de la población. La educación debía ser un derecho y no solo un privilegio de pocos.
Es durante el siglo XIX que el Estado comienza a preocuparse y ocuparse con seriedad de cómo crear sistemas e instituciones educativas que tuvieran por tarea central educar a todos los ciudadanos o súbditos, habitantes de una república o de una monarquía. Se comienza con la educación primaria, luego la secundaria y más tarde la educación superior con sus dos subsectores: universitario y técnico. Todo lo anterior en un formato de presencialidad permanente y nunca se imaginó otro formato.
A mediados del siglo XIX, comienzan a surgir expresiones denominadas semipresenciales, en el que aprovechando la existencia del correo y su servicio postal, se pudo estudiar aunque no masivamente, ciertos cursos dictados a distancia. Se enviaba al estudiante textos escritos para que pudiera estudiarlos y de este modo reproducir una clase presencial. Pero al no contar con guías y evaluaciones ajustadas al texto, la tarea de este alumno era difícil. Se avanzó creando la figura del docente (orientador) por correspondencia que contestaba dudas concretas, corregía y devolvía con aprobaciones o reprobaciones los trabajos y, por tanto, surge la relación a distancia entre ambos.
En 1840 Isaac Pitman crea un sistema de taquigrafía en Inglaterra que permitió el intercambio de tarjetas con información entre el estudiante y el docente. Instrumento tecnológico que permitió bidireccionalidad entre ambos. Al nacer en 1830 el telégrafo y en 1876 el teléfono, esta comunicación pasó a ser verbal. Más tarde en 1910 con el teletipo se pudo enviar mensajes en códigos. La suma de avances tecnológicos crea la posibilidad de explorar modalidades de educación a distancia, sobre todo para poblaciones rurales, alejadas de los sistemas educativos formales.
Hubo que esperar un siglo para que surgiese la educación multimedia. Se estima que con la creación de la Open University Británica (1969) esto fue posible. Harold Wilson quien llegó a ser Primer Ministro de Inglaterra, tuvo la idea de crear una universidad que aprovechara la radio, la televisión y los servicios de correo para enseñar y educar a los estudiantes en sus casas y que luego materializa creando esta institución.
Estos medios de comunicación ya estaban en todas las casas y se avanzó del texto escrito de los siglos anteriores, a la incorporación de cassettes, videocassette y diapositivas. El teléfono pasó a ser utilizado para diálogos breves entre el estudiante y el docente. Lo que sucedía, sin estar los actores conscientes, era un quiebre con el modelo histórico de presencialidad educativa entre los dos actores claves.
Dos decenios más tarde y con la evolución de la informática y el avance de los computadores surge la educación telemática. Emerge la idea de los campus virtuales y la educación impartida en las instituciones comienza a ser impactada con nuevos recursos para la educación presencial de origen tecnológico. La convicción era: Los avances de la tecnología modernizarán la educación presencial, que ha sido, es y será el modelo de siempre para educarse.
A fines de los noventa surge internet. Empiezan a crearse numerosas webs y tibiamente aparecen las primeras redes sociales. El ciudadano local ahora lograba informarse sin intermediarios con cualquier parte del mundo. Podía aprender no solo en sus instituciones nacionales formales sino también en otras fuentes formales que publicaban sus contenidos en la web. Aparecen los smartphones, los vídeos en la web, crece la banda ancha y las conexiones de internet por todo el planeta. Disminuye el precio de aparatos informáticos y comienza a ser accesible para millones de personas. Emergía una nueva realidad que traería cambios culturales aún en desarrollo.
En los últimos 20 años avanza la digitalización a paso firme. Los instrumentos tecnológicos que la hacen posible continúan su desarrollo sin detenerse. Las instituciones educativas, a veces con lentitud, observan el panorama y tienden a asumir que aún tienen tiempo para adecuarse a la nueva realidad tecnológica. Pero abruptamente estalla la pandemia COVID-19 y acelera con ímpetu la digitalización de todas las instituciones para poder mantener su horizonte de vida. Empieza la educación remota, híbrida y comienza a fortalecerse la educación a distancia y la educación a lo largo de la vida.
Nunca la tecnología tuvo tal impacto en la educación. Existe consenso mundial que ya esta no caminará por un sendero distinto y separado de la ciencia. La ciencia y la tecnología no son un fin sino un medio para mejorar las posibilidades de aprendizajes de los estudiantes. La digitalización así debe ser entendida, como una posibilidad tecnológica al servicio del hombre y nunca contra este. Lo que importa es estudiarla, dominarla y ponerla al servicio de la humanidad. Bienvenida la digitalización acompañada de manera permanente de una presencialidad acotada y más inteligente en su organización y fines perseguidos.
0