23 de Mayo, 2022

La mujer en el aula y su rol en la Educación Técnico Profesional

Marta Garrido Zavala

Marta Garrido Zavala

Docente Titular del Programa de Lenguaje y Comunicación de Duoc UC

9 minutos de lectura

La relación entre el docente y sus estudiantes es un vínculo que puede transformarse en la inspiración para orientar, reforzar y sacar a la luz lo mejor de cada uno de ellos. En efecto, si nos remontamos a nuestra infancia, recordaremos a aquella profesora que en el algún momento nos orientó en la comprensión de un contenido, nos corrigió en el momento oportuno o nos proporcionó un consejo con las palabras de contención que necesitábamos. Así es como actualmente muchos están en deuda con alguna maestra que les brindó el apoyo y la orientación clave para el desarrollo de su potencial[1].

Si bien hay mujeres educadoras que se han convertido en auténticas referentes del cambio educativo, a través de la historia, ellas no siempre han podido desarrollar su vocación docente. A mediados del siglo XVIII, se tenía la convicción de que hombres y mujeres debían cumplir roles diferenciados, presunción que permeaba también la pedagogía, existiendo la creencia de que ellas no debían estudiar porque eso las alejaba de su rol de madre y esposa. En 1818, se promovió la idea de que todos los ciudadanos debían recibir educación. Poco a poco, la mujer comenzó a insertarse en el sistema educativo y tanto niñas como jóvenes pudieron asistir a las escuelas, cursando estudios superiores y formándose como maestras.

De este modo, la mujer fue adquiriendo una función preponderante dentro del ámbito educativo. Sin embargo, si bien hoy la docencia es una profesión mayoritariamente femenina en los primeros niveles de enseñanza, la participación masculina aumenta en los niveles más altos, constituyendo las mujeres una minoría en la educación superior.

No obstante, tal como en otras áreas del saber, estamos experimentando un proceso de legitimación académica de la trayectoria educativa de las mujeres. Desde esta perspectiva, es destacable la acción del profesorado en el fomento de una educación, cuya función principal es generar una experiencia educativa que motive el aprendizaje de relaciones de equidad y solidaridad entre géneros, posibilitando reivindicaciones que favorezcan la participación activa de ambos sexos.

Al respecto, cabe reflexionar sobre el rol de las mujeres en la Educación Técnico Profesional. En este sentido, resulta fundamental promover su incorporación a carreras “masculinizadas”. En el panorama actual, existe una alta diferencia en la participación en el área de Tecnología a favor de los hombres. Es así como de acuerdo a datos de la CNED, en las carreras de Ciencias, Tecnologías, Ingenierías o Matemática, también llamadas “STEM”, la matrícula total de pregrado el año 2020 tuvo una participación de los hombres de un 77,8%, mientras que en el caso de las mujeres fue de un 22,2%. Este contraste tiene su origen en brechas culturales presentes a lo largo de la educación escolar, que terminan traduciéndose en carreras para “hombres” y carreras para “mujeres”. Y si bien esta diferencia ha evidenciado una leve disminución en años anteriores, pone de manifiesto que todavía queda mucho por hacer en lo que respecta a la visibilización de la mujer y la superación de los estereotipos de género en todos los niveles educativos.

Conviene tener presente que uno de los principales campos donde es posible hacer frente a la segregación de género es en la Educación Técnico Profesional. Se observa que, aunque la participación de mujeres en este sistema formativo es significativa, su preeminencia se focaliza en las áreas de salud, educación, administración y comercio. De acuerdo a estadísticas recientes, la participación de la mujer en los Institutos de Formación Profesional en América Latina es de solo un 5% en las áreas de mecánica, electricidad, metalurgia y electrónica. Estos datos permiten afirmar la existencia de una segmentación de las carreras por sexo en los estudiantes en la Educación Técnico Profesional.

La incorporación de la mujer a todos los campos es una meta que debemos atender. No hacerlo sería negarnos al progreso, desaprovechando la oportunidad que representa el potencial de integrarlas para beneficiar la educación superior y aportar a los diversos sectores de la economía nacional, especialmente, los concernientes a la ciencia y la tecnología, imprescindibles para el avance económico y social, en donde los recursos humanos son escasos.

¿Y qué papel cumplen las docentes en la tarea de terminar con la segmentación de género en la Educación Técnico profesional? Ellas, sin duda, constituyen una figura clave a la hora de superar este nudo crítico, asociado fuertemente a las desigualdades estructurales que caracterizan nuestra sociedad.

Para comenzar, la mujer que ejerce la docencia cumple en el aula un rol decisivo a la hora de representar, difundir y legitimar el enfoque de igualdad de oportunidades en la educación. Ella irradia su forma inherente de examinar e interpretar la realidad, proyectando al presente y al futuro la equidad en el acceso y participación en la toma de decisiones y en las estructuras de poder. Asimismo, es fundamental que se visualice a las mujeres como actoras de la educación para poner fin a las limitaciones que al estudiantado le ha tocado vivenciar y que obstaculizan el crecimiento personal, impidiendo una sana convivencia que promueva la igualdad de oportunidades para construir una sociedad donde se promuevan valores que nos permitan relacionarnos a partir de respeto y la colaboración.

Recordemos que las mujeres han pensado, creado y escrito para reformar nuestro modo de entender la educación, demostrando su participación y su compromiso en el área. Muchas de ellas lograron contribuir en un campo donde, en otras etapas de la historia, solo los hombres se habían considerado importantes. Ejemplo de ello son María Montessori, Rosa Sensat i Vila, Olga Cossettini, Mary Lorna O´Brien entre tantas otras. En Chile, contamos con nuestros Premios Nacionales en Ciencias de la Educación: Teresa Clerc, Viola Soto, Mabel Condemarín, Erika Himmel, Beatrice Ávalos y María Victoria Peralta, y por supuesto, Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura. Todas ellas conforman un testimonio activo en el cual la tarea de pensar la educación, desde la teoría y la práctica, significó un aporte a los procesos educativos a través de innovaciones que siguen siendo objeto de análisis en las disciplinas pedagógicas.

Sin duda, la identidad femenina se manifiesta en el aula y fuera de ella. El rol de la mujer en la educación es clave y su presencia en sala de clases las posiciona como potentes interlocutoras, quienes por medio de su sensibilidad y su perspectiva promueven la adquisición del aprendizaje. Del mismo modo, la mujer, en su rol de generadora de la vida, adquiere un papel intrínseco como educadora. Desde sus primeros años, un infante depende de un apropiado acompañamiento, brindado, en la inmensa mayoría de los casos, por su madre, quien le proporcionará cuidado, seguridad y orientación, convirtiéndose en su primera pedagoga.

Esta premisa se aprecia más claramente en la cosmovisión de los pueblos originarios, en donde, entre muchos otros roles, la mujer asume el cometido de portar la herencia cultural, contribuir a la transmisión de las lenguas tradicionales y dar valor de la existencia en sintonía con la naturaleza. Ciertamente, en la forma de concebir e interpretar el mundo de los pueblos indígenas, más que basarse en roles preestablecidos, existe la complementariedad, puesto que, a diferencia de la sociedad occidental, el liderazgo es intrínseco al rol de la mujer. Ello se visualiza en casos como la Machi, máxima autoridad espiritual mapuche, quien posee conocimiento especializado de la sanación y es la figura que orienta a la comunidad en el sentido moral, estableciendo el equilibrio entre el individuo y la comunidad, mientras desempeña, además, el papel de mediadora entre el mundo natural y sobrenatural.

Cada día surgen más voces que relevan el rol que tiene la educación en la deconstrucción de los estereotipos de género. Este cambio de dirección implica proponerse como meta transformar radicalmente la educación para que este ámbito pueda convertirse un instrumento real mediante el que mujeres y hombres puedan acabar con experiencias que desfavorezcan a personas o grupos.

Los cambios en este terreno demandan mucho más que despertar nuestra conciencia docente. Exigen que dispongamos de conocimientos actualizados sobre diversos aspectos, así como de instrumentos que nos permitan evaluar continuamente nuestros esfuerzos por llevar a la práctica relaciones no discriminatorias, donde no solo seamos facilitadores y diseñadores de espacios aprendizaje, sino también catalizadores del proceso de interiorización que tiene que realizar el estudiantado para construir una sociedad integradora.

Es esencial tener presente que cuando educamos, lo hacemos para transformar el mundo. En un modelo educativo donde el progreso, la justicia y la sabiduría, vayan unidos, la mujer educadora adquiere protagonismo a razón de que en la práctica pedagógica la identidad femenina posibilita enmendar la reproducción de las estructuras sociales que han mantenido a las mujeres en la invisibilidad.

No olvidemos que es en los espacios socioeducativos donde se forjan los principios, valores y habilidades interpersonales de los actores de nuestra sociedad. Tal como afirmaba Gabriela Mistral: “Si no realizamos la igualdad y la cultura dentro de la escuela, ¿dónde podrán exigirse estas cosas?”.

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