La Inteligencia Artificial (IA) está transformando rápidamente el panorama de la educación superior, en particular en instituciones técnicas donde la formación profesional exige competencias en el análisis de datos, simulación de sistemas complejos y toma de decisiones técnicas fundamentadas. Herramientas como ChatGPT, Gemini, Claude, JasperAI y otros asistentes automatizados se están volviendo omnipresentes en entornos educativos, presentando tanto oportunidades extraordinarias como desafíos éticos sustanciales.
En el contexto técnico y aplicado, la IA tiene el potencial de enriquecer el proceso de aprendizaje mediante plataformas que permiten una enseñanza personalizada, simuladores de procesos industriales, generadores automáticos de código y asistentes para la interpretación de datos. Estos avances tecnológicos pueden ser aliados poderosos en la formación de estudiantes mejor preparados para los retos del siglo XXI. Sin embargo, su uso también puede derivar en prácticas poco éticas cuando se convierte en un sustituto del esfuerzo intelectual y no en un complemento; en este punto, a mi juicio, reside el verdadero desafío.
El dilema ético en el uso de la IA
La implementación de herramientas basadas en IA en la educación superior plantea una pregunta fundamental: ¿cómo asegurar que su uso contribuya al aprendizaje real y no a la simulación de conocimientos? Muchos docentes han optado por restringir o incluso prohibir estas tecnologías en el aula, por temor a que los estudiantes dependan excesivamente de ellas para completar trabajos, responder exámenes o desarrollar proyectos sin una comprensión auténtica de los contenidos y desarrollo de los aprendizajes declarados en las respectivas asignaturas.
No obstante, esta prohibición puede resultar contraproducente. En lugar de enfrentar el problema, lo desplaza, fomentando el uso clandestino de estas herramientas o incluso impidiendo que los estudiantes aprendan a utilizarlas con criterio. Así, la verdadera tarea no es prohibir el uso de la IA, sino educar en su uso ético y responsable.
Como afirmaba Sócrates: “Una vida sin examen no merece ser vivida”. Esta máxima cobra especial relevancia en el contexto actual, donde la reflexión crítica sobre el uso de la tecnología se vuelve una competencia esencial. Examinar los fines y medios del uso de la IA no es solo un ejercicio académico, sino una práctica ética que debe ser promovida desde el aula.
La ética como pilar de la formación técnica
La ética, entendida como la reflexión sobre lo que es correcto y justo, debe ser un eje transversal en la formación técnica. En este sentido, resulta valiosa la enseñanza del filósofo griego Diógenes de Sinope, quien decía que “la virtud se revela en la acción, no en la palabra”, una crítica a la hipocresía y una invitación a la coherencia ética. Aplicada a la educación, esta idea nos recuerda que la verdadera formación no se mide por lo que los estudiantes dicen saber, sino por cómo aplican sus conocimientos y valores en contextos reales.
En el uso de la IA, la virtud se manifiesta cuando el estudiante recurre a estas herramientas para ampliar su comprensión, explorar distintas perspectivas, simular escenarios complejos o validar sus hipótesis, sin delegar en la tecnología la responsabilidad de pensar. Por parte de los docentes, la ética se revela cuando integran la IA en sus metodologías de enseñanza con intencionalidad formativa, evitando tanto el rechazo ciego como la adopción irreflexiva.
Docentes: Modelos de uso ético y crítico
El papel del docente es clave. Más allá de ser transmisores de contenido, deben asumir el rol de mediadores tecnológicos y referentes éticos. Para ello, es fundamental que comprendan las capacidades y limitaciones de las herramientas de IA y que diseñen estrategias pedagógicas que promuevan la autorregulación, el pensamiento crítico y la honestidad académica.
Por ejemplo, un docente puede permitir el uso de ChatGPT como asistente para estructurar ideas en un ensayo, siempre que el estudiante explicite cómo lo utilizó, qué elementos ajustó y cuál fue su aporte personal. De igual manera, en carreras técnicas, se puede enseñar a validar los resultados generados por la IA en simulaciones o cálculos, para desarrollar un pensamiento analítico que no dependa ciegamente de la máquina.
Este enfoque transforma el aula en un espacio de aprendizaje ético, donde el uso de la tecnología está guiado por la reflexión y no solo por la funcionalidad. Además, prepara a los estudiantes para futuros entornos laborales donde la IA será una herramienta cotidiana, pero donde el juicio humano seguirá siendo indispensable.
Estudiantes: Sujetos activos y responsables
La ética del uso de la IA no es solo responsabilidad de los docentes. Los estudiantes también deben asumir un compromiso con su formación y actuar con integridad académica. El aprendizaje técnico implica desarrollar competencias duras, pero también valores como la honestidad, la responsabilidad y la capacidad de discernimiento.
Un estudiante ético es aquel que no busca el atajo fácil, sino que utiliza las herramientas disponibles para construir un conocimiento significativo. Es aquel que reconoce cuándo la IA le ofrece una solución válida y cuándo es necesario profundizar, cuestionar o complementar la información obtenida. Esta actitud proactiva y crítica es lo que marca la diferencia entre un técnico competente y uno verdaderamente profesional. Lo anterior, además, forma parte del marco valórico institucional que tanto nos enorgullece.
Propuesta para Instituciones de Educación Superior Técnica
Desde una perspectiva institucional, es importante que se establezcan lineamientos claros sobre el uso de la IA, en concordancia con nuestra misión, visión y valores institucionales. En el caso de Duoc UC, por ejemplo, se debe procurar que el uso de estas tecnologías esté permeado por su vocación formativa, centrada en la persona, el respeto, la excelencia y la responsabilidad social.
Esto implica no solo elaborar políticas de uso aceptable, sino también fomentar espacios de reflexión ética, actualizar los currículos para incorporar habilidades digitales críticas, y capacitar continuamente a docentes y estudiantes en el uso pedagógico de la tecnología. También es recomendable impulsar prácticas como la coevaluación, la declaración de uso de IA en trabajos académicos y la discusión de casos éticos en clase.
Conclusión
La irrupción de la Inteligencia Artificial en la educación superior técnica no es una amenaza, sino una gran oportunidad. Una oportunidad para mejorar la calidad educativa, fortalecer la formación profesional y cultivar una ciudadanía crítica y responsable. Sin embargo, esta oportunidad solo se concretará si el uso de la IA está guiado por principios éticos sólidos, compartidos y aplicados tanto por docentes como por estudiantes.
Como afirmaba Diógenes, “la virtud no se proclama, se demuestra”. Y en el contexto educativo actual, la mayor demostración de virtud será la capacidad de usar la inteligencia artificial con inteligencia ética.
Como guía de este desafío ético, más que nunca cobra vida nuestra Misión Institucional: “Formar personas, en el ámbito técnico y profesional, con una sólida base ética inspirada en los valores cristianos, capaces de actuar con éxito en el mundo laboral y comprometidas con el desarrollo de la sociedad.”
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