8 de Junio, 2025

Aprender a aprender en la era de la IA: una experiencia docente en construcción

Camilo Vásquez Campos

Camilo Vásquez Campos

Docente de la Escuela de Administración y Negocios en el campus Nacimiento de Duoc UC.

7 minutos de lectura

Cuando el aula cambia más rápido que los libros

Comencé a hacer clases en marzo de 2025, sin imaginar que los desafíos pedagógicos a los que me enfrentaría iban a tener más relación con la tecnología que con los contenidos mismos. La inteligencia artificial (IA) no llegó a mis clases como tema curricular, pero se instaló igual: silenciosa, transversal y, en muchos casos, invisiblemente presente. No hubo que esperarla. Ya estaba ahí, en las tareas bien redactadas, en los resúmenes impecables, en los trabajos entregados con una fluidez que muchas veces parecía ajena al nivel de desarrollo argumentativo que observaba durante las sesiones.

Rápidamente comprendí que no tenía sentido ignorar esta nueva realidad. Tampoco prohibirla. El verdadero reto no era la herramienta, sino el uso que los estudiantes estaban haciendo de ella. Y más aún, el sentido pedagógico que yo, como docente, debía darle. En estos meses he aprendido que enseñar en la era de la IA no es simplemente actualizar los contenidos, sino transformar la manera en que generamos aprendizaje: desde el control del producto, hacia la observación y guía del proceso.

Un cambio de foco: de lo entregado a lo argumentado

En mi curso de Introducción al Emprendimiento, las entregas son frecuentes y variadas. Desde diagnósticos de oportunidades hasta propuestas de modelos de negocio. Al corregir los primeros informes, me llamó la atención la calidad técnica de algunos textos. Pero al pedir que explicaran en clase lo que habían entregado, noté vacíos. No era que no hubiesen hecho la tarea, sino que había partes que simplemente no comprendían del todo. Fue ahí cuando lo intuí: habían usado inteligencia artificial para construir los documentos.

Tal vez ellos aún no saben que lo sé. Y está bien que sea así. No estoy en una cruzada de detección o castigo. Mi objetivo es otro: que aprendan de verdad. Y para lograrlo, cambié mi estrategia de evaluación. Hoy mis focos están puestos en tres elementos clave: la argumentación, la aplicación y la capacidad de explicar con sus propias palabras lo que proponen. Es decir, no me basta con un trabajo bien presentado: necesito escuchar su razonamiento, ver cómo conectan los contenidos con los casos reales, y comprobar si comprenden lo que están recomendando.

Esta decisión me ha llevado a generar instancias de retroalimentación individual y colectiva en clase. Hago preguntas estratégicas, solicito que ejemplifiquen con situaciones reales, y que comparen diferentes fuentes. En ese proceso, he podido confirmar que, aunque utilicen IA para redactar, hay pensamiento crítico. Hay análisis. Hay esfuerzo por comprender. Y eso le da valor al proceso formativo.

¿Prohibir o integrar? Un dilema que se resuelve en el aula

Algunos podrían pensar que lo más razonable es prohibir el uso de IA para evitar el “engaño”. Pero yo prefiero otra mirada. ¿Qué sentido tiene negar una herramienta que está ampliamente disponible, que será parte del mundo laboral de los propios estudiantes y que, bien utilizada, puede enriquecer el aprendizaje?

En clases, hemos comentado abiertamente el uso de estas herramientas. Hemos conversado sobre sus ventajas, sus límites, y especialmente sobre la importancia de no confiar ciegamente en ellas. La IA puede ser útil, pero también puede equivocarse. Puede entregar respuestas bien estructuradas, pero no siempre precisas. Por eso insisto en el criterio, en la validación y en la capacidad de analizar y decidir.

Creo que este enfoque es más formativo que cualquier restricción. Al incluir a la IA dentro del proceso, le quitamos ese carácter clandestino y le otorgamos un lugar pedagógico. No se trata de hacerle la tarea al estudiante, sino de acompañarlo a utilizar estas tecnologías con propósito y conciencia.

Evaluar en la era del algoritmo

Este nuevo escenario me ha obligado a repensar mis instrumentos de evaluación. Ya no me basta con una pauta tradicional. Hoy necesito observar el proceso completo día a día, clase a clase: desde la formulación del problema hasta la forma en que el estudiante defiende su propuesta que valoran la argumentación, la conexión con contenidos teóricos y la capacidad de adaptación de sus propuestas a contextos reales.

Todo esto me ha llevado a un tipo de evaluación más cualitativa, más centrada en la comprensión que en el resultado final. Y aunque demanda más tiempo, también es más significativa. Porque me permite ver cómo piensan, cómo avanzan y cómo se hacen cargo de sus aprendizajes.

Más allá de lo técnico: formar personas pensantes

Uno de los grandes desafíos que enfrentamos en la educación técnica y profesional es formar no solo técnicos competentes, sino personas que piensen críticamente, que se adapten, que comprendan su entorno. Y en este sentido, la inteligencia artificial es un espejo: nos muestra que ya no basta con saber operar una herramienta. Hoy es clave saber interpretar, discernir y decidir.

En el ámbito del emprendimiento, esto es aún más evidente. Un estudiante que aspira a crear su propio negocio no solo necesita saber cómo redactar un plan comercial, sino cómo validar una hipótesis de mercado, cómo responder ante cambios inesperados, cómo liderar en medio de la incertidumbre. Y todo eso implica pensamiento complejo, creatividad, capacidad de análisis. La IA puede ser una aliada poderosa, pero nunca reemplazará esa parte humana que toma decisiones éticas, que interpreta emociones, que lidera con sentido.

Un camino que recién comienza

Ser docente, desde hace pocos meses, me ha permitido mirar todo esto con ojos frescos. No tengo recetas definitivas, pero sí la certeza de que el aula se transforma cada día. Y que los cambios que trae la tecnología no se resuelven con más control, sino con más reflexión. Esta experiencia ha sido gratificante. Me ha exigido creatividad, flexibilidad y escucha atenta. Pero, sobre todo, me ha reafirmado en la idea de que enseñar sigue siendo un acto profundamente humano.

Las interacciones en clase, las preguntas espontáneas, las dudas que surgen cuando menos lo esperamos, siguen siendo momentos de oro. Ahí es donde veo que, más allá del uso de herramientas inteligentes, los estudiantes están aprendiendo. Están pensando. Están creciendo.

Preguntas que abren horizontes

Para cerrar, comparto algunas preguntas que me acompañan en este camino y que, creo, pueden ser útiles para toda la comunidad docente:

  • ¿Estamos evaluando el aprendizaje o solo la entrega?
  • ¿Qué rol juega la interacción en la construcción del conocimiento?
  • ¿Sabemos cómo acompañar el uso de la IA en lugar de combatirla?
  • ¿Qué valor damos a la palabra del estudiante, a su interpretación, a su juicio?

La inteligencia artificial llegó para quedarse. Pero el criterio, el análisis y el juicio ético siguen siendo competencias humanas, profundamente necesarias en la educación. Si logramos integrar ambos mundos, la tecnología y el pensamiento crítico, estaremos formando personas más preparadas, más conscientes y más responsables.

Y esa, creo yo, es una de las tareas más urgentes y hermosas que tiene hoy la docencia.

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