En un mundo donde los límites entre lo físico y lo digital son cada vez más oblicuos, la educación enfrenta un desafío difícil de eludir. Particularmente en el ámbito de Innovación y Emprendimiento, hemos constatado que diseñar experiencias de aprendizaje desde modelos rígidos, poco dinámicos o desconectados de la realidad, no sólo resulta insuficiente y frustrante para el estudiante, sino que contradice las dinámicas actuales del trabajo profesional. La realidad que enfrentan nuestros estudiantes ya no está “afuera” de las salas de clase: se manifiesta en cada interacción, en cada proyecto formativo, en cada momento.
La pregunta que nos guía ha dejado de ser cómo transmitir contenidos útiles para la industria. La cuestión central hoy es cómo podemos generar experiencias de aprendizaje que permitan al estudiantado involucrarse de manera crítica con el conocimiento específico de cada disciplina. En este contexto, las inteligencias artificiales (IA) no deben entenderse como herramientas externas, sino como actores pedagógicos que permiten simular escenarios reales, analizar datos complejos y, paradójicamente, revalorizar la agencia humana en el proceso educativo.
En este sentido, el perfil educativo que distingue a nuestra institución adquiere una relevancia particular con coordenadas muy precisas, al estar vinculado directamente con la industria mediante experiencias prácticas. Nuestro estudiantado no sólo busca comprender teorías, sino que espera aplicarlas en contextos concretos. Por ello, las metodologías ágiles y los marcos de trabajo colaborativo ya no son un complemento, sino una herramienta esencial para la empleabilidad. En este escenario, la IA actúa como un agente que acelera y profundiza el aprendizaje, generando impactos concretos en el entorno profesional.
A modo de ejemplo, en Innovación y Emprendimiento hemos comenzado a implementar paulatinamente simuladores empresariales basados en inteligencias artificiales. Esto permite que el estudiantado analice datos, valide sus propuestas y tome decisiones informadas. Actividades que anteriormente requerían semanas de investigación y coordinación, hoy se resuelven en cuestión de horas, liberando tiempo para el análisis crítico y el desarrollo creativo. En este marco, la IA no reemplaza la labor humana, sino que amplía su alcance y profundidad.
Desde otra perspectiva, uno de los aportes más valiosos de la IA en contextos educativos es que releva y fortalece el valor del factor humano. Habilidades como la colaboración, la adaptabilidad, el pensamiento crítico y el diálogo constructivo no sólo se mantienen vigentes, sino que se vuelven imprescindibles. En un mundo mediado por tecnologías inteligentes, formar profesionales éticos, conscientes y reflexivos es parte irrenunciable de nuestra labor docente.
Del mismo modo, este llamado a una tecnología con sentido ético ha sido recogida por Su Santidad el Papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti, donde subraya que la tecnología debe estar al servicio del bien común y nunca de la exclusión. Como docentes, nos corresponde entonces traducir esa visión a nuestras salas: no basta con enseñar a usar herramientas digitales; debemos formar personas capaces de conocerlas y ponerlas al servicio de la equidad, la justicia y la sostenibilidad, sin dejar de lado la subjetividad ni la dimensión crítica de cada estudiante.
Por otra parte, frente a la creencia de que la IA reemplazará valores humanos esenciales, la experiencia nos muestra lo contrario. Su integración en contextos formativos exitosos y bien diseñados fortalece la colaboración, la apertura al error, el juicio crítico y la conexión con el entorno. Estas competencias son las que permitirán a las y los estudiantes desenvolverse con pertinencia en escenarios profesionales cada vez más cambiantes y complejos.
Ahora bien, es comprensible que existan resistencias frente al uso de inteligencias artificiales en entornos educativos. El temor a que estas herramientas reemplacen capacidades humanas esenciales está presente. Sin embargo, más que evitar la inquietud, debemos asumirla como parte del proceso y una invitación amable a la innovación pedagógica. Nos corresponde diseñar entornos de aprendizaje donde las plataformas digitales no reemplacen, sino complementen el vínculo con el conocimiento y con los demás.
En esta línea, hemos optado por integrar las inteligencias artificiales como un colaborador exigente. En el curso “Innovación en procesos “, por ejemplo, los equipos deben someter sus propuestas a la validación de análisis generados por inteligencias artificiales, y luego defender sus decisiones ante “el cliente”. Este proceso refuerza el juicio crítico y permite evaluar el razonamiento más que la respuesta final.
En efecto, el diseño de evaluaciones centradas en el proceso ―y no sólo en los resultados― permite que la inteligencia artificial funcione como un espejo que desafía en gran medida el criterio profesional del estudiante. El rol del docente se centra entonces en formular las preguntas adecuadas, en los momentos clave del proceso formativo.
Como resultado, he podido observar cómo estas herramientas no solo optimizan procesos, sino que revelan capacidades humanas en su totalidad: la empatía para comprender problemas reales, la creatividad para imaginar soluciones y la audacia para implementarlas. La inteligencia artificial no es un atajo, sino una compañera de ruta que exige más rigurosidad, más ética y más compromiso con el propósito de educar y aprender.
Finalmente, cuando la subjetividad del estudiantado se incorpora activamente en el proceso educativo emergen productos de alto valor transformador. Así ha ocurrido en experiencias como en los torneos InnovaSostenible o All-In Chile, donde estudiantes de distintas sedes han desarrollado soluciones innovadoras para desafíos reales, muchas de las cuales fueron concebidas y modeladas en los cursos de Innovación. En estos espacios, el uso de IA permite redirigir el esfuerzo docente desde tareas repetitivas hacia el acompañamiento formativo, lo cual fortalece un aprendizaje verdaderamente significativo: aquel que transforma tanto a quien aprende como a quien enseña.
Acortar las brechas entre la educación e industria no es sólo un objetivo institucional: es una necesidad urgente. La industria ya no busca perfiles técnicos aislados, sino personas capaces de interactuar con sistemas inteligentes, tomar decisiones basadas en datos y actuar con criterio ante entornos cambiantes. Como comunidad educativa, tenemos el deber de
preparar al estudiantado para este nuevo escenario, sin perder de vista el horizonte humanizador de nuestra labor. Las IA pueden ser grandes aliadas si las integramos desde una pedagogía crítica, ética y comprometida con un proyecto común de sociedad. En Duoc UC, ya hemos comenzado ese camino, y la experiencia lo demuestra: incorporar inteligencias artificiales, como actores pedagógicos no solo viable, sino imprescindible.
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