23 de Diciembre, 2024

El nacimiento de Jesús en tiempos de transformaciones tecnológicas y esperanza eterna

Equipo Editorial Observatorio

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9 minutos de lectura

Al aproximarnos al 25 de diciembre, fecha en que la cristiandad celebra el nacimiento de Jesús, nos encontramos rodeados de un contexto marcado por vertiginosos avances tecnológicos y científicos que parecen poner en entredicho la necesidad de lo trascendente. Nuestra época se distingue por la posibilidad de modificar el ADN, intervenir procesos biológicos con una precisión inimaginable décadas atrás y planear, incluso, la creación de especies “superiores”, reeducación de células (gametogénesis in vitro), vida eterna digital en avatares, etc. Frente a este panorama, surge con más fuerza la idea de que el ser humano podría ser autosuficiente y soberano de su propio destino, alimentando una actitud de soberbia que se expande con rapidez. En esta atmósfera de cambios e invenciones, para muchos se hace cada vez más difusa la presencia de Dios, y la fe en Él se resiente ante la ilusión de una humanidad que cree tenerlo todo bajo control1.

No obstante, también presenciamos el arraigo firme de aquellos que conservan una fe inquebrantable. Personas que, en medio de las tentaciones del dominio tecnológico, no alucinan con la promesa de perfeccionamiento humano ilimitado ni ven en la ciencia un sustituto automático de la trascendencia. En ellos permanece viva la convicción de que Jesús vino a mostrar la senda de la humildad y la sencillez, valores que no pueden ser reemplazados por ningún logro científico, por espectacular que sea. La conmemoración del nacimiento del Salvador, en ese sentido, sirve como recordatorio de un hecho histórico que transformó la vida de miles de millones de personas en el curso de los siglos.

Las Escrituras nos recuerdan que Dios, en su infinito amor, decidió hacerse hombre en la figura de Jesús. Con este acontecimiento —el de la Encarnación— se inició un movimiento capaz de reorientar los valores del mundo, iluminando aquello que de verdad importa y marcando un antes y un después en la relación entre la humanidad y su Creador. El Antiguo Testamento ya anunciaba la llegada de un Mesías que pondría lo esencial por encima de lo superfluo, y el momento cumbre de ese anuncio se concretó en un humilde pesebre de Belén. No estuvo rodeado de esplendores palaciegos ni de grandes honores, sino del cariño de unos pocos y de la sencillez propia de la vida rural.

En su libro “La infancia de Jesús”, el Papa Benedicto XVI describe con detalle la dimensión humilde de este episodio. El Salvador del mundo vino a nacer en un pesebre, sin gozar de privilegios ni de honores ostentosos. Esta humildad no es simplemente anecdótica: Corresponde a la cosmovisión que Jesús instauraría, una visión contraria al despliegue excesivo de poder y a la vanagloria que tanto seducen hoy en día. La imagen del pesebre revela una humanidad que ha de acoger el amor de Dios en lo pequeño, en la sencillez del día a día, sin caer en la tentación de creer que todo se puede controlar o manipular a conveniencia.

“La Carta a los Romanos”, a través de Pablo de Tarso, subraya la figura de Jesús como “el primogénito de muchos hermanos”. Con su muerte y resurrección, Él inaugura una nueva humanidad y abre la posibilidad de que todos los que deseen morir con Él y resucitar con Él lo hagan, transformando así su propio destino. Cuando se habla de muerte, la fe cristiana no la entiende como el final sin retorno, sino como ese paso por el que la vida terrenal da paso a una vida eterna en comunión con Dios. De ahí la esperanza profunda del creyente: La certeza de que el nacimiento de Cristo señala el principio de una liberación global que solo se ve consumada en la resurrección y en la promesa de la vida futura.

Esta esperanza va ligada a la libertad humana. Como explica Benedicto XVI, la respuesta a la pregunta “¿a quién ama Dios?” pasa por aquello que se puso de manifiesto en el bautismo de Jesús: El Padre ama a quien vive en comunión con Él, a quien orienta su voluntad en sintonía con la divina. Pero el amor de Dios no se impone: El ser humano elige, en cada acto de su existencia, si se abre a la gracia o la rechaza. Cada día es un ejercicio de libertad, una decisión consciente o inconsciente de amar y honrar al Creador, o bien de refugiarse en la autosuficiencia de nuestros logros materiales, científicos o tecnológicos.

En el fondo, el nacimiento de Jesucristo simboliza la paz y la reconciliación que el mundo, con todos sus adelantos, no puede ofrecer por sí mismo. Se trata de una paz que nace de saberse amados por un Dios hecho hombre, un Dios que compartió las limitaciones humanas y ofreció una salvación que culmina, ya no en la caducidad de nuestros días, sino en la vida eterna. Para los creyentes, esta promesa otorga sentido a la existencia misma, pues, si la última palabra no la tiene la muerte, entonces el hoy adquiere un propósito mucho más trascendente. Las preocupaciones cotidianas, los avances científicos y las metas profesionales toman un cariz distinto cuando se viven a la luz de una eternidad que ya inició, y que palpita en la historia a través de la presencia de Cristo.

En este contexto, resulta especialmente significativo que instituciones como Duoc UC, pese a su carácter dedicado a la Educación Técnico Profesional, no renuncien a su dimensión espiritual. La celebración de la Navidad mediante una misa especial refleja que, para muchos de los integrantes de su comunidad, la fe y la formación no son ámbitos contrapuestos, sino partes complementarias de una educación integral. El desarrollo de competencias técnicas y profesionales sin un fundamento moral y trascendente corre el riesgo de volverse un mero ejercicio de habilidad, desprovisto de la grandeza del amor, la justicia y la caridad infinita.

Al proponer el encuentro con el “Dios de la eterna verdad”, Duoc UC asume que el anhelo profundo del ser humano no se sacia solo con logros materiales o conocimientos prácticos. El corazón aspira a una convergencia entre el intelecto y la sabiduría espiritual. Un profesional que vive los valores anunciados por Jesús no solo se distinguirá por su pericia técnica, sino por una altura moral que aporta paz y beneficios a la sociedad entera.

Decidir vivir con los valores cristianos no implica renunciar a la innovación ni al empuje tecnológico. Al contrario, un científico o un profesional de la técnica que funda su actuar en la ética del Evangelio contribuirá aún más a la dignificación de la persona y al bien común. Cuando desde Duoc UC se afirma que el propósito es “formar persona para una sociedad mejor”, subyace la alegría de constatar que muchos integrantes de la comunidad, libre y conscientemente, eligen profundizar en su fe, dando un sentido trascendente a su propio desarrollo profesional y humano.

En un panorama histórico que vuelve a mostrar la necesidad de sabiduría y prudencia ante la soberbia de creernos dueños de todo proceso biológico, es un alivio recordar la enseñanza simple y luminosa que nace de un pesebre. Allí se nos recuerda que incluso en la pequeñez y la vulnerabilidad de un recién nacido puede manifestarse la grandeza más sublime de Dios. Cuando ponemos en perspectiva los avances científicos y los confrontamos con la humildad de Belén, descubrimos que no somos omnipotentes. Siguen existiendo preguntas sin respuesta, anhelos que la materia no satisface y horizontes que la técnica por sí sola no logra alcanzar.

Por eso, la Navidad no se reduce a una tradición cultural ni a una festividad meramente religiosa. Es la invitación a volver a la raíz, a recuperar la presencia divina en nuestro andar cotidiano. Se trata de un tiempo para reencontrarnos con la alegría profunda de quien sabe que Dios lo ama, un tiempo para renovar la esperanza en la victoria de la vida sobre la muerte. Y es, también, una oportunidad para reflexionar sobre la fragilidad humana, la necesidad de un amor y una verdad que trascienden nuestra capacidad de crear y transformar. En tal sentido, El Papa Francisco, en la bula Spes non confundit (“La esperanza no defrauda”)2, nos convoca al Jubileo Ordinario de 2025 centrando su mensaje en la esperanza cristiana. El Papa nos recuerda la importancia de la esperanza como fundamento de la fe y aliento para los creyentes. Este jubileo comenzará el 24 de diciembre de 2024 con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro y concluirá el 6 de enero de 2026. En este período nos está invitando a los fieles a ser signos de esperanza para los demás, especialmente para los pobres, refugiados, jóvenes, presos y ancianos, promoviendo una cultura de encuentro y solidaridad que refleje el amor de Dios en el mundo. Y podríamos agregar, que también Dios nos dé la esperanza de creer que los líderes y los científicos no enfrentarán al hombre contra Dios, sino que sus inteligencias solo buscarán maximizar el bienestar humano y el bien común.

Al acercarnos a la celebración del 25 de diciembre, contemplemos al Niño que vino a este mundo con la mansedumbre de un Dios que habla desde la sencillez. Con humildad miremos a nuestro alrededor y preguntémonos si nuestros avances y descubrimientos continúan siendo herramientas al servicio del bien común, o si se han convertido en fines en sí mismos. A la luz de la fe cristiana, recordemos que el mayor proyecto de Dios para la humanidad sigue siendo la comunión con Él, esa que nace en el corazón de la persona y se prolonga hasta la eternidad. Esa comunión se hace palpable en la experiencia de Belén, donde la ternura divina se manifiesta en un recién nacido, invitándonos a unirnos, desde lo más hondo de nuestra libertad, a la historia de amor que Dios ha soñado para cada uno de nosotros.

  1. La editorial es el producto de una extensa conversación mantenida con distintas IA sobre ciencia, biología, tecnología, genética, transhumanismo, para relacionarlas con la venida de Jesús al mundo y, en este contexto, que pasaba con el sentido misional de Duoc UC. Resultó significativo cómo las IA, sin predisposición prejuiciosa a las preguntas y contra preguntas que se les hizo, mostraron inclinación a entender el sentido profundo del nacimiento de ese niño en Belén, poniendo límites al exceso de fe en las capacidades humanas y en reorientarlas a comprender que estas no nos convierten en dioses, sino en meros cocreadores de la obra divina en curso durante la historia. ↩︎
  2. https://www.vatican.va/content/francesco/es/bulls/documents/20240509_spes-non-confundit_bolla-giubileo2025.html ↩︎

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