Era domingo, temprano, el diario aun no llegaba y en casa todos dormían. Afuera hacía frío. Los días de aquel invierno querían dejar huella estadística. Me acomodé en mi atribulado escritorio donde, para sentarme, debía sacar de la silla la ropa que había que planchar. La ventana no se podía abrir, no por razones climatológicas sino por el impedimento de textos, papeles y carpetas que mi hijo menor amontonaba. Decía trabajar en su tesis de grado… al parecer, por lo que demoraba, lo hacía con poco agrado. Puse música, aquella que me ha acompañado por años, la que me hace ir y venir, la que me permite transitar, la de un cantautor catalán que me la presentó, prestó y regaló; la de Joan Manuel Serrat.