Evaluación: una tarea compleja

Evaluación: una tarea compleja

Si no sabes a dónde quieres ir, entonces tampoco importa qué camino tomar” (de “Alicia en el país de las maravillas”).

La labor docente está llena de múltiples tareas que los profesionales de la educación debemos enfrentar a diario. No se trata tan sólo de realizar una clase. La actividad de aula hay que planificarla, adecuarla al contexto y a la situación particular de cada grupo curso, desarrollarla con didácticas intencionadas y pertinentes a los objetivos de aprendizaje que se pretenden lograr y, lo más importante, evaluarla.

Entre las acciones mencionadas en el párrafo anterior y tantas otras que sería muy largo enumerar, la evaluación constituye, sin lugar a dudas, la actividad más compleja que los docentes debemos resolver. El sólo hecho de hablar sobre evaluación nos pone frente a varias teorías, ideologías y opiniones, respecto de las cuales no siempre logramos un punto de acuerdo, y que, muchas veces, contrastan con nuestras propias convicciones. Alcanzar consensos básicos sobre cómo evaluar, creo que es una tarea que nos debería llamar a una profunda reflexión profesional, toda vez que del tipo de evaluación que apliquemos, dependerán, en gran medida, los aprendizajes que los alumnos puedan conseguir (tanto desde el punto de vista cualitativo, como cuantitativo). Dependerán de esto, también, los juicios valóricos que podamos hacer de los resultados obtenidos; Juicios valóricos en los que se basarán las propuestas de mejora que decidamos. El cómo, procede a las decisiones del qué, el cuándo y el para qué evaluar, lo cual hace aún más complicada la situación, a la vez que nos demanda un mayor conocimiento respecto de esta materia.

No existen recetas mágicas sobre cómo concebir una evaluación, pero sí, conceptos esenciales de partida. Para un contexto de competencias, adquiere mucho sentido el siguiente enunciado: “El propósito más importante de la evaluación no es demostrar, sino perfeccionar…” (Stufflebean, D.L. y Shinkfield, AJ.: 1987, 175). A partir de este enfoque ¿de qué sirve, entonces, realizar la evaluación al final de una unidad o semestre, cuando ya poco o nada se puede hacer para corregir, por ejemplo, las deficiencias evidenciadas por el alumno?. Si consideramos la evaluación solamente como un instante al término de un ciclo, claramente no podremos enmendar nada de lo que haya fallado durante el proceso; Quizás, sí servirá para proponer o implementar medidas remediales a mediano o a largo plazo.

Pero si consideramos la evaluación como parte fundamental e inherente a todo el proceso educativo, habremos dado un gran salto ideológico. Bajo este prisma, podremos entender la evaluación como una instancia permanente de mejoras, tanto de nuestras prácticas de aula, como de las planificaciones, actividades didácticas y demás acciones que afectan el aprendizaje de los alumnos.

El concepto de zona de desarrollo próximo, introducido por Lev Vygotsky desde 1931 y divulgado por los medios académicos del mundo occidental en la década de 1960, delimita el margen de incidencia de la acción educativa, esto es, la distancia entre aquello que el alumno es capaz de hacer por sí solo y aquello que sería capaz de hacer con la ayuda de un adulto o un compañero más capaz. Como docentes, estamos llamados a desarrollar esa zona, por lo que se hace necesario, que evaluemos permanentemente las actividades realizadas por los estudiantes, para detectar a tiempo los aciertos y errores, y, de esta forma, implementar actividades que potencien aquellos y corrijan estos. Respecto a cómo llevar a cabo este tipo de evaluación, que, ciertamente, no es tarea fácil y nos exige esfuerzos y tiempos adicionales, no podemos decir que existe una fórmula única. Sin embargo, la literatura especializada destaca a las rúbricas como instrumentos muy adecuados para determinar cualitativamente y de forma progresiva, los logros concretos que van teniendo los discentes a medida que avanzan en las asignaturas y en su carrera.

Mediante la rúbrica, podemos conocer por adelantado los criterios de evaluación y los indicadores de logro, respecto de los cuales debemos obtener las evidencias que nos permitirán concluir, adecuadamente, sobre el nivel de logro de aprendizaje de cada estudiante. Consecuentemente, esta matriz de valoración debería ser conocida por todos los alumnos al inicio de la unidad de aprendizaje.

Una de las grandes ventajas presentada por la rúbrica, además de lo señalado anteriormente, es la posibilidad de obtener calificaciones en cualquier momento (ya que no podemos evadir la necesidad administrativa que nos exige todo currículum educacional, respecto de calificar a los estudiantes, lo cual no es sinónimo de evaluar). Por ejemplo, si en ciertos momentos del semestre debemos registrar algunas notas de cada alumno, nos bastaría con considerar el promedio correspondiente a los niveles de logro en los criterios trabajados a la fecha. Lo anterior no significa, en modo alguno, que aquella nota quede grabada con cincel. Por el contrario, y dado que el propósito evaluativo es el perfeccionamiento, la misma rúbrica nos permite utilizar de base aquella calificación, cuando el alumno haya alcanzado niveles de logro superiores y merezca una puntuación más alta. Del mismo modo, la nota final de la unidad o programa, podría, en un futuro, ser el promedio general de todos los indicadores de logro… y si nos ponemos más innovadores aún, podría reemplazar al examen final. No nos asustemos si las calificaciones de la mayoría de los estudiantes resultan altas. ¡Regocijémonos, habremos logrado que nuestros alumnos aprendan!

Para complementar la afirmación de no sinonimia entre evaluación y calificación, hecha en el párrafo precedente, conviene señalar que la calificación escolar es un método que nos permite categorizar el rendimiento de los alumnos. Paralelamente, sirve para informar respecto del nivel de logros de aprendizajes por parte de los estudiantes. La calificación tradicional en nuestro país, se expresa en números del 1 al 7, siendo la nota mínima de aprobación, el 4 (aunque existen varias otras formas de expresión). Evidentemente, este concepto está asociado al de evaluación. La evaluación constituye una opción para calificar las aptitudes y el rendimiento de los discentes. De esta forma, la calificación, podría entenderse como el resultado de una evaluación.

Hablar de evaluación es un tema extenso y que amerita muchas jornadas de reflexión. Cómo deberíamos llevar a cabo la evaluación del proceso educativo, no tan sólo del nivel de logros de aprendizaje de los estudiantes, sino de todas las actividades involucradas, pasando por la valoración de nuestras propias actuaciones, es una pregunta que, ojalá, nos haga mucho sentido en forma diaria. Las posibles respuestas que cada uno de nosotros podamos dar a esta interrogante, serán un indicador de que nos estamos preocupando y queremos ser cada día mejores profesionales de la educación.

José Jiménez Ferrada (Escuela de Informática y Telecomunicaciones, Sede Viña del Mar)

Dirección de correo electrónico: j.jimenezf@profesor.duoc.cl

Su voto: Ninguno Media: 4.3 (18 votos)

Comentarios

Estimado:

Muy buen articulo, espero siga aportando con su visión al desarrallo del conocimiento.

Conti