El cristianismo es esencialmente inclusivo. San Pablo, en su carta a los Gálatas, señala que “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3, 27-29). En efecto, de lo señalado por el Apóstol se desprende que para los cristianos hay un principio de igualdad, que se fundamenta en el bautismo, sobre el cual se da la rica pluralidad de razas, carismas, capacidades y procedencias que constituyen a la Iglesia. Por ello, entre los cristianos la unidad no es sinónimo de uniformidad sino de comunión de los distintos, y la inclusividad es condición de posibilidad para la existencia de la Iglesia.