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El don de ser inclusivos
El que cuelga del madero es maldito de Dios, un cuerpo que, por su impureza, mancha la tierra que Dios nos ha dado[1]. Así pensaban muchos de los que vieron a Jesús colgado de la cruz. En palabras del Salmo 117,22, el crucificado es un sobrante, un desechable.[2]
La razón de la exclusión de Jesús hay que buscarla en la nota más luminosa de su vida: la inclusión de los excluidos, de aquellos que lo eran en razón de su pureza (pecadores) y de los que lo eran en razón de sus bienes (pobres). “En su Reino de Vida, Jesús incluye a todos: come y bebe con pecadores, sin importarle que lo traten de comilón y borracho; toca leprosos, deja que una mujer prostituta unja sus pies…”.[3] De ahí que el cristianismo tenga un componente integrador e incluyente tan extraordinario. Por ello a un creyente no le puede pasar desapercibido el hecho de que Dios salvó al mundo a través de su Hijo excluido entre los excluidos: en la periferia de la ciudad, sin poder, rechazado por su impureza, abandonado por la mayoría de sus cercanos, en el más absoluto desamparo.
Haciendo eco de esta verdad cristiana el Padre Tomás Scherz, Vicario de la Educación, nos ofrece un nuevo aporte al actual debate educacional, esta vez titulado: La inclusión, expresión de nuestra identidad católica[4]. El Padre Tomás aborda la perspectiva evangélica de la inclusión y luego se agregan tres experiencias que ahondan en el tema desde la interculturalidad, la selección de estudiantes y la educación inclusiva[5]. En las líneas siguientes intento recoger las ideas centrales expresadas por el Vicario, dejando para los lectores la revisión de las experiencias.
La inclusión no es sólo un desafío de la coyuntura política, es un problema de desarrollo humano, toda vez que la acogida, la cercanía, el reconocimiento del otro, independiente de sus características, de su procedencia, incluso de su comportamiento, son indicadores de la talla humana que puede alcanzar una persona. Jesús es paradigma de un talante así y el nombre que él mismo da a la realidad de la inclusión es Reino de Dios, entendido como “el sueño de Dios de plena inclusión de la vida humana en la vida divina”[6]. La creación es el punto de inicio de una historia por la cual Dios busca ser incluido en medio nuestro para incluirnos a todos en su vida a través de la pedagogía del amor. Esto se realiza plenamente por la encarnación de Jesucristo, el Hijo de Dios y tiene su punto cúlmine en la cruz, donde Jesús se hace el “el más pequeño… para incluirnos a todos y todas, para que nadie se quede fuera de la gracia de la resurrección”[7], especialmente los últimos, los no considerados, los vetados.
Desde la experiencia incluyente e inclusiva de Jesús puede comprenderse mejor la tarea educativa. Se trata de reconocer que la inclusión, en cuanto considera las legítimas diferencias, es una oportunidad para la convivencia. “La educación inclusiva busca desarrollar una educación de calidad en la que todos se beneficien”[8]. Por ello, sobre todo una institución de orientación católica, si quiere ser realmente de excelencia siguiendo la huella de Jesús y según el magisterio de la educación católica, tiene un desafío no menor en la inclusión.
Hay que decir que los primeros pasos en el aprendizaje de la inclusión se dan en la intimidad familiar. Allí es necesaria una pedagogía de la integración, el desarrollo de una humanidad capaz de integrar a todos… Y esto prolongado también en las instituciones educativas y en la sociedad entera. Las primeras se definen precisamente por su diversidad y no por su homogeneidad. Allí “uno forja su personalidad para el encuentro con otro de diversa índole y condición”[9]. Así, la excelencia de una institución formativa es precisamente una comunidad, capaz de recrear la feliz experiencia del Reino al incluir a todos, pues mientras haya excluidos, no habrá Reino tal como Dios lo quiere.
Conviene agregar que la inclusión no es una mera coexistencia, sino una acción profundamente relacional. Por ello puede resultar equivoca la idea de que uno es quien incluye y otro es el incluido, pues en toda inclusión hay una experiencia de reciprocidad y corresponsabilidad. Esta inclusión “honra tanto la legítima diferencia como la igual dignidad constitutiva de cada uno de los actores de esta relación”[10]. Cuando se debate hoy el tema de la selección, el Padre Tomás recuerda que “así como las familias tienen el derecho de ser incluidas, tienen también el deber de incluir en sus vidas la propuesta de un determinado proyecto educativo que conecte con sus horizontes de sentido”[11].
Aunque cierran el documento, me parece oportuno traer aquí algunas de las preguntas que nos presenta para ahondar en este tema:
1. ¿En qué medida se evidencia que valoramos y acogemos a cada integrante de la comunidad educativa y lo sentimos como un don para nosotros?
2. ¿Entendemos en nuestra institución la diferencia entre ser una institución integradora y ser una institución inclusiva?
3. ¿En qué nivel creemos que está nuestra institución: más bien exclusiva, integradora o inclusiva? ¿Por qué?
Marcelo Alarcón A. (Jefe de Formación y Cultura Cristiana de la Dirección de Pastoral Duoc UC)
Link documento “La inclusión, expresión de nuestra identidad católica”, Pbro. Tomás Scherz T. : http://www.vicariaeducacion.cl/docs/Inclusion_identidad_web.pdf
[1] Cfr. Dt 21,23; Ga 3,13.
[2] DA, 65.
[3] DA, 353.
[4] Las reflexiones surgieron del Encuentro de Rectores de Colegios Católicos de la Arquidiócesis de Santiago, organizado por la Vicaría de la Educación en el mes de Mayo de este año. Este documento se suma al publicado anteriormente bajo el título: “Por una educación pública, laica y gratuita”. Ambos están disponibles en http://www.vicariaeducacion.cl/docs_de_trabajo.php).
[5] Elaboradas respectivamente por Gastón González, Coordinador de Incidencia y Sensibilización de la Fundación Servicio Jesuita a Migrantes, Carolina Bello, Directora del Colegio Calasanz, e Isabel Zúñiga, Presidenta de la Fundación Mis Talentos.
[6] “La inclusión, expresión de nuestra identidad católica”, p. 9.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd., 11.
[9] Ibíd., 14.
[10] Ibíd., 16.
[11] Ibíd., 16-17.
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